El peyote (Lophophora wiliamsii), "la planta que hace que los ojos se maravillen", según la describió un autor francés, es una cactácea de origen americano que crece en las regiones desérticas de Norteamérica, sobre todo en la sierra que corre entre Nayarit y San Luis Potosí. De acuerdo a las estimaciones de uno de los primeros cronistas españoles, fray Bernardino de Sahagún, los toltecas y los chichimecas conocían el peyote por lo menos dos milenios antes de la llegada de los europeos al continente americano.
"Hay otra hierba como tunas de tierra, se llama peyotl, es blanca, se encuentra en el norte del país; los que la comen o beben, ven visiones espantosas o irrisibles: dura esta intoxicación de dos a tras días y después de quita; es común manjar de los chichimecas, pues los mantiene y les da ánimo para pelear y no tener miedo, ni sed, ni hambre y dicen que los guarda de todo peligro."
El consumo del peyote ha subsistido en norteamérica a pesar de la llegada de los Europeos y la imposición de sus creencias y costumbres. Los pueblos que lo emplean ancestralmente con fines rituales (coras, tarahumaras, tepehuanis, huicholes y varias tribus estadounidenses), se comportan ante él con temor reverencial. Consideran que los hace entrar en contacto con fuentes divinas y suponen que si no se han "purificado" previamente, los dioses les harán sufrir tremendos castigos.
Son más de 40 las tribus de indígenas que en diversas partes México, de Estados Unidos y Canadá emplean el peyote con fines religiosos. Parece ser que los kiowas y los comanches fueron los primeros en introducir el uso sacramental de este cacto después de haber visitado a los indígenas del Norte de México. Como es bien sabido, los indígenas de Estados Unidos se han visto obligados a vivir en reservaciones desde la última mitad del siglo XIX y gran parte de su herencia cultural ha desaparecido.
Se cuenta que antes de este inevitable desastre, varios líderes indios, especialmente los de las tribus ubicadas en Oklahoma, empezaron a propagar en forma activa "un nuevo culto del peyote que se adapta a las necesidades de los grupos indígenas más avanzados de los Estados Unidos."
La exitosa propagación del culto generó una fuerte oposición entre los misioneros y los grupos locales del gobierno. La ferocidad de esa oposición alentó a los gobiernos locales a promulgar legislaciones represivas. Como bien observa Brau: "los propagadores del Peyote Cult, al incitar a buscar a la divinidad en el interior de sí mismo, no podían sino ganarse los anatemas de los defensores de una religión oficial, que identifica las leyes de Dios con las del Estado para justificar la perennidad de una sociedad expansionista."
Con la intención de protegerse, cerca de cincuenta tribus se unieron en 1918 para fundar la Native American Peyote Church, cuya meta es "Proteger y promover la creencia en el Todopoderoso, estimulando la moralidad, la sobriedad, la industriosidad y el correcto vivir, mediante un uso sacramental del peyote." En la actualidad se afirma que sus miembros sobrepasan los 250,000 y han conseguido que el gobierno más poderoso del mundo les reconozca su derecho a consumir peyote como una extensión del derecho a la libertad de culto que protege la Constitución estadounidense. Gracias a ello, los miembros de esta iglesia pueden cultivarlo, adquirirlo y distribuirlo legalmente.Las ceremonias religiosas varían de una tribu a otra, entre los comanches de Oklahoma, por ejemplo, el culto se celebra en un tipi especial cuya puerta está orientada hacia el Este. En el interior hay un altar rudimentario hecho con arcilla en forma de media luna con las puntas mirando también hacia el Este. El chamán del culto es el Roadman (Hombre del Camino) o el Kapana karigwapi (Jefe Sentado del Oeste), que recibe ayuda del Kotowapi, (Guardían del Fuego) y el Tiroyawapi (Jefe del Cedro). Los instrumentos rituales están constituidos por una serie de tambores metálicos, calabazas que contienen grava y un silbato de madera o de hueso de águila. La ceremonia comienza al ponerse el sol. El jefe entra al tipi y se sienta al Oeste. Los demás participantes entran después de él, se orientan hacia el Sur y se trasladan de izquierda a derecha hasta encontrar un lugar desocupado. El Guardián del fuego lo mantiene ardiendo entre el altar de arcilla y la puerta. Tras el canto de introducción a la ceremonia, se suceden los demás cánticos acompañados por los tambores y la calabaza, instrumentos que van pasándose de mano en mano en el sentido de las agujas del reloj. Lo mismo ocurre con los mezcal-buttons que se consumen desde la apertura de la ceremonia hasta la media noche.
Las plegarias y cánticos terminan al amanecer, hora en que los participantes comparten un sustancioso desayuno antes de disgregarse para ir a cumplir sus respectivas obligaciones "con el alma en paz, y jubilosos de haber sentido entrar en sí a la divinidad.
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