El origen de tal cosa, es una pésima alimentación del espíritu, provocado por la mutación del gen católico, responsable de una inclinación natural a creer en el sacrificio y el dolor individual como paso previo a una felicidad que nunca llega. Al mismo tiempo, y aunque parezca paradójico, ese gen es también el principal causante del cáncer de conciencia y de culpa, dos de las peores plagas que en los últimos siglos han diezmado la capacidad de felicidad en este mundo.
Los primeros síntomas suelen presentarse con grandes accesos de egoísmo. "Bastante tengo con lo mío" y "Aquí que cada palo aguante su vela" son verdades habituales en este tipo de enfermos, que no hacen más que poner en evidencia su tristeza y contradicción. A partir de ahi la enfermedad degenera en una incapacidad total de empatía, ataques de sensibilidad, estrechez mental y una aversión a lo desconocido cada vez mas fuerte. Los pacientes en avanzado estado de intoxicación pretenderán hacernos creer que todos los inmigrantes son pillos, chulos, y maleantes que vienen a robarnos nuestra casa, violar a nuestras mujeres y llevarse el pan de nuestros hijos.
Inmediatamente después en la mayoría de casos se podrán apreciar los primeros síntomas de posturas xenófobas, e intolerantes disfrazadas de proteccionistas, acompañadas, eso si, de aportaciones de dinero a ONGs y apadrinamientos pasivos de niños pobres, unida a la exaltación de una propiedad cada vez más privada, mía, mía y de nadie más que mía.
Por que no nos atrevemos a relativizar nuestros problemas, rompiendo el círculo ciego entre nuestros miedos y nuestros prejuicios? Salir a la calle conscientes de que la virtud está en el punto medio e intentar mezclarse física e intelectualmente con el otro, venga de donde venga, tenga el color de piel que tenga, que igual y se le ocurre tener la sangre del mismo color que el nuestro. Pensar que, como dijo el poeta, en lo puro no hay futuro, y dejarse de tonterías para acoger con los brazos abiertos a todo el que venga con buena voluntad y sin ganas de joder a nadie.
Algunos dirán que es un mal necesario propio de ciudades que se hacen mayores como Nueva York, que fue lo que fue, e hizo lo que hizo en el siglo XX gracias a las oleadas de sangre fresca, durante los dos siglos anteriores. Otros creen que atenta con la identidad nacional, o lo que coño signifique eso.
Pero lo cierto es que hoy he salido a pasear por el centro de Madrid y ha sido como si estuviese caminando por cualquier ciudad latina.
Y si, me he sentido como en casa.
R. Mejide
No hay comentarios:
Publicar un comentario