Fue en Agra. Esa bella ciudad de la India del Taj-Majal.
En un banco de piedra, junto a un templo budista, un santón, pobremente vestido, muy flaco, de ojos grandes y expresivos, estaba sentado a la usanza hindú, en actitud que a mí me pareció pedir limosna.
Me acerqué y le dí unas rupias.
El me dijo una frases que no entendí, al mismo tiempo que me miraba y sonreía con un gesto comprensivo, cordial y amable.
Pedí ayuda a nuestro guía para saber qué me había dicho.
Dice, me dijo el guía, que aunque no pide limosna agradece su ayuda porque lo reconoce a usted como compañero del mismo viaje.
Yo me quedé mirando sus ojos grandes y brillantes, hundidos en su cara, y sentí el frescor y la reanimación que siente el sediento caminante en un repentino oasis.
Detrás de sus ojos sentí la calidez del que ama la vida y reconoce, sin diferencias, el amor único que anima en todo y en todos.
Sólo el amor verdadero tiene un lenguaje universal inteligible para todos.
Darío Lostado
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