viernes, 3 de febrero de 2012

Lo que quiero...


Será que por suerte para mi, tengo a mi lado a un hombre maravilloso que tiene el corazón más grande y la cabeza mas sana que he conocido y cada día aprendo de él algo valioso.
O será que casi nada de lo que para la mayoría es importante, me lo parece. Ni el éxito, ni el poder, ni el dinero, más allá de lo imprescindible para vivir con dignidad.  El caso es que tengo la sensación –al menos la sensación– de que empiezo a entender un poco de qué va esto llamado vida.

Y ahora, ahora, en este momento de mi vida, no quiero casi nada. Tan sólo el cariño y la ternura de mi amor y de mi familia y la gloriosa compañía de mis amigos. Unas cuantas carcajadas y mucho amor antes de irme a la cama. El recuerdo dulce de los que ya no están. Algunos árboles al otro lado de los cristales y un pedazo de cielo al que se asomen la luz y la noche. El mejor verso del mundo y la más hermosa de las músicas. Por lo demás, podría comer papas cocidas y dormir en el suelo mientras mi conciencia esté tranquila.

También quiero, eso sí, mantener la libertad y el espíritu crítico por los que pago con gusto todo el precio que haya que pagar. Quiero toda la serenidad para sobrellevar el dolor y toda la alegría para disfrutar de lo bueno. Un instante de belleza a diario. Echar desesperadamente de menos a los que tengan que irse porque tuve la suerte de haberlos tenido a mi lado. No estar jamás de vuelta de nada. Seguir llorando cada vez que algo lo merezca, pero no quejarme de ninguna tontería. No convertirme nunca, nunca, en una mujer amargada, pase lo que pase. Y que el día en que me toque esfumarme, un puñadito de personas piensen que valió la pena que yo anduviera un rato por aquí. Sólo quiero eso. Casi nada. O casi todo.

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