domingo, 27 de mayo de 2012

TAGORE & EINSTEIN


Rabindranath Tagore y Albert Einstein se conocieron gracias a un amigo común, el Dr. Mendel, que invitó al primero a casa del segundo en Kaputh, a las afueras de Berlín el 14 de julio de 1930. Discutieron sobre una amplia variedad de temas incluyendo la epistemología, ontología, teoría musical y creatividad. Imagínense el encuentro de estas dos mentes maravillosas, con puntos de vista sobre el universo y la vida, pero con mas cercanía de la que en un primer momento pudiese parecer.

Dejo aquí un fragmento de la conversación, tomado de la obra de Tagore “La religión del hombre”, centrado especialmente en que entendemos por realidad y cómo podemos acceder a ella, sumamente interesante: 

EINSTEIN. – ¿Cree usted en lo divino como aislado del mundo?

TAGORE. – Aislado, no. La infinita personalidad del Hombre comprende el Universo. Nada puede haber que no pueda reabsorberse en la humana personalidad, y esto prueba que la verdad del Universo es una verdad humana. Expondré un hecho científico para ilustrar mis palabras. La materia está compuesta de protones y electrones, con abismos entre ellos, y, sin embargo, la materia puede parecernos sólida. Análogamente, la humanidad está compuesta de individuos; pero éstos guardan no obstante entre sí una interconexión de relacionabilidad humana, que dota al mundo del hombre de viva solidaridad. Pues todo el universo se halla enlazado a nosotros por modo semejante; es un universo humano. Yo he seguido ese pensamiento a través del arte, la literatura y la conciencia religiosa del hombre.

E. – Hay dos conceptos diferentes acerca de la naturaleza del universo: 1) el mundo como unidad dependiente de la humanidad; 2) el mundo como realidad independiente del factor humano.

T. – Cuando nuestro universo se halla en armonía con el Hombre Eterno, lo conocemos como verdad, lo sentimos como belleza.

E. – Ese es un concepto puramente humano del universo.

T. – Ningún otro concepto puede haber. Este mundo es un mundo humano; su punto de vista científico es también el del hombre de ciencia. Hay cierto tipo de razón y de goce que le confiere verdad: el tipo de Hombre Eterno, cuyas experiencias a través de las nuestras se realizan.

E. – Esa es una comprensión de la entidad humana.

T. – Sí; una entidad eterna. Hemos de comprenderla mediante nuestras emociones y actividades. Nosotros realizamos al Hombre supremo que carece de limitaciones individuales, mediante nuestras limitaciones. La ciencia se ocupa en aquello que no está limitado a los individuos; es el mundo humano impersonal de las verdades. La religión comprende esas verdades y las eslabona con nuestras necesidades más profundas; nuestra conciencia individual de verdad adquiere universal sentido. La religión aplica valores a la verdad y conocemos como buena a la verdad, en virtud de nuestra armonía en ella.

E. – ¿De modo que la verdad o la belleza no son, según eso, independientes del hombre?

T. – No.

E. – Si se extinguiera la especie humana, ¿dejaría, pues, de ser bello el Apolo de Belvedere?

T. – Tal creo.

E. – Estoy de acuerdo con su concepto de la belleza, pero no con el que sustenta acerca de la verdad.

T. – ¿Por qué no? La verdad se realiza mediante el hombre.

E. – Yo no puedo demostrar que mi concepto sea el acertado, pero esa es mi religión.

T. – La belleza se cifra en el ideal de perfecta armonía que reside en el Ser universal; la verdad es la comprensión perfecta de la Inteligencia universal. Nosotros, los individuos, nos acercamos a ella mediante nuestros yerros y equivocaciones, mediante nuestra experiencia acumulada, nuestra iluminada conciencia. . . ¿Cómo, si no, podríamos conocer la verdad?

E. – No puedo probar científicamente que la verdad deba concebirse como una verdad valedera, con independencia de la humanidad; pero lo creo así firmemente. Creo, por ejemplo, que el teorema de Pitágoras en geometría afirma algo aproximadamente cierto, con independencia de la existencia del hombre. Sea como fuere, si hay una realidad independiente del hombre, hay también una verdad relativa en esa realidad; y de igual modo la negación de lo primero trae consigo la negación de la segunda.

T. – La verdad, que es una con el Ser Universal, debe ser esencialmente humana, pues de otra suerte cuanto nosotros los individuos consideramos como verdad no podría merecer tal nombre—por lo menos en la acepción científica de la palabra, como verdad que sólo puede alcanzarse mediante el proceso de la lógica, o, dicho en otros términos, por un órgano humano de pensamientos. Según la filosofía india, existe Brahman, la verdad absoluta, que no puede ser concebida por la inteligencia humana aislada ni descrita tampoco con palabras, sino únicamente abismando lo individual en su infinitud. Pero tal verdad no puede pertenecer a la ciencia. La naturaleza de la verdad de que tratamos es una apariencia, es decir, aquello que aparece como verdad a la inteligencia humana y es, por lo tanto, humano, pudiéndosele llamar maya o ilusión.

E. – Según su concepto, pues, que puede ser el concepto indo, no es ilusión del individuo, sino de la humanidad entera.

T. – En la ciencia procedemos siguiendo la disciplina de eliminar las limitaciones personales de nuestras inteligencias individuales, para alcanzar así esa comprensión de la verdad que reside en la mente del Hombre universal.

E. – El problema empieza en cuanto consideramos a la verdad independiente de nuestra conciencia.

T. – Lo que llamamos verdad estriba en la racional armonía entre los aspectos subjetivo y objetivo de la realidad, que pertenecen ambos al hombre superpersonal.*

E. – Incluso en nuestra vida cotidiana nos sentimos obligados a atribuirle una realidad independiente del hombre al objeto que empleamos. Lo hacemos así para coordinar las experiencias de nuestros sentidos en una forma razonable. Por ejemplo, si no hubiere nadie en esta casa, no por ello dejaría de estar aquí esta mesa.

T. – Sí; seguiría fuera de la mente individual, pero no fuera de la mente universal. La mesa que yo percibo es perceptible por la misma clase de conciencia que yo poseo.

E. – Nuestro natural punto de vista con respecto a la verdad independiente de la humanidad, no puede explicarse ni probarse; pero es una creencia que a nadie le puede faltar . . . , ni aun a los primitivos. Atribuimos a la verdad una objetividad superhumana; es indispensable para nosotros esta realidad a que me refiero, que es independiente de nuestra existencia y de nuestra experiencia y de nuestra inteligencia. . ., aunque no podamos decir lo que significa.

T. – La ciencia ha demostrado que la mesa, como objeto sólido, es una apariencia y, por consiguiente, eso que la mente humana percibe como tal mesa no existiría de no existir la mente humana. Debe reconocerse al mismo tiempo que el hecho de que la última realidad física de la mesa no sea otra cosa que una muchedumbre de centros aislados de fuerzas eléctricas en revolución, pertenece también a la mente humana.
En la aprehensión de la verdad hay un conflicto eterno entre la mente humana universal y la misma mente confinada en el individuo. Nuestra ciencia, nuestra filosofía y nuestra ética andan siempre ocupadas en el proceso de reconciliación. En resumidas cuentas, puesto que hubiere alguna verdad que no se refiera en absoluto a la humanidad, tal verdad sería en absoluto para nosotros como no existente.
No es difícil imaginar una inteligencia a la que la secuencia de las cosas no se le muestre en el espacio, sino en el tiempo, cual la secuencia de las notas en música. Para semejante inteligencia, el concepto de realidad sería parecido al de la realidad musical, en el que carece de todo sentido la geometría de Pitágoras. Existe la realidad del papel, totalmente distinta de la realidad de la literatura. Porque la clase de inteligencia que posee la polilla que se engulle esa literatura de papel es en absoluto inexistente, y, sin embargo, para la inteligencia del hombre posee la literatura un valor de verdad más grande que el papel mismo. Por modo análogo, si alguna verdad existe que no guarde ninguna relación sensitiva o racional con la inteligencia humana, será igual a cero, en tanto seamos nosotros seres humanos.

E. – ¡Entonces, soy yo más religioso que usted!

T. – Mi religión se cifra en la reconciliación del Hombre superpersonal, el Espíritu humano universal, en mi ser individual. Este ha sido el asunto de mis conferencias, a las que he dado el título de La religión del hombre.

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