Una vez perdido su poder político de la región tibetana, se ha convertido en el gran centro religioso. Uno de los sitios donde algún día me gustaría perderme, desde Katmandú a Lhasa, ver como los peregrinos hacen sus ofrendas de velas fabricadas con mantequilla de yak, el mercadillo que se monta diariamente en la plaza de Barkhor, quiero uno de sus pañuelos blancos (hadas), quiero ver sus lagos, sus rios, quiero pisar su gran templo.
Inmenso se levanta el Potala, grande de la arquitectura tibetana, donde residían los Dalai Lama hasta pocos años después de la invasión china, fundado por Lozang Gyatse a mas de 3.700 m de altura.
Es patrimonio de la humanidad por la UNESCO desde 1994 y más tarde se amplió esta declaración incluyendo el palacio Norbulingka y el templo de Jokhang.
En el monte rojo, con una pagoda recubierta de 3.724 kilos de pan de oro y adornado con más de 15.000 diamantes, rubíes, esmeraldas, ágatas y demás piedras preciosas.
En sus tiempos llegó a albergar unos 10.000 monjes, actualmente quedan unos 200 que permanecen al cuidado del lugar, esperando algún día el regreso del Dalai.
Ver a sus campesinos con los Yaks, comer su Tsampa, beber su té, disfrutar de su misticismo, oler su incienso, escuchar sus bowls (cuencos tibetanos), en resumidas cuentas, ya pueden ir haciendo una colecta y para mi cumpleaños nos exilian a mi marido y a mi una temporadita al techo del mundo, con un poco de suerte nos perdemos en el Everest y dejamos de dar la lata por un tiempo. (No creo que cuele, pero tenía que intentarlo).
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