Mientras la FAO saca un informe en que el que estima que en el mundo 1.000 millones de personas mueren al año por hambre y desnutrición producto de la pobreza, y que se requieren aproximadamente 30.000 millones de dólares anuales para ayudar a salvar esas vidas. Simultáneamente, expone, que la acción concertada de seis bancos centrales de USA, UE, Japón, Canadá, Inglaterra y Suiza solicitan recursos para salvarse de sus quiebras.
Estos bancos consiguen inicialmente 480.000 millones de dólares, luego el Senado de los Estados Unidos autoriza 700.000 millones, posteriormente se agregan 800.000 millones, y así sucesivamente hasta que en septiembre de 2009, un años después se completa un paquete total de rescate de 17 trillones. Al hacer la división de estos recursos entre los 30.000 millones de dólares que calcula la FAO para combatir el hambre, se tendrían 600 años sin hambre en el mundo.
No hay duda de que la sociedad es una sociedad enferma, llena de contradicciones. Pero la raíz del mal está en un sistema que hace imposible una ética personal y comunitaria y corrompe las actitudes y los valores más genuinos del ser humano. Todos sabemos cómo la orientación hoy más arraigada en sociedad y en la cultura es la que pretende hacernos creer que la felicidad consiste en tener: adquirir propiedades, cosas, lucrar, conseguir poder. Eso es producto de la estructura y cultura más estrictamente capitalistas y, sin embargo, lo consideramos como lo más natural. Ser egoístas, avaros, soberbios, dominantes, lo consideramos indicadores de nuestra identidad humana. Pienso que esta orientación es antinatural, pues la realización de la persona no está en el tener sino en el ser . Los grandes valores no se desarrollan en el servicio al dinero sino en ser justos y fraternos, crear relaciones de amor y liberación, no ser frívolos ni insensibles al sufrimiento ajeno, no vivir pendientes del reconocimiento y del aplauso social, dedicarse a satisfacer las necesidades primarias de los seres humanos y luchar para suprimir todo cuanto los hace sufrir. Esas son las señas que constituyen la auténtica identidad humana."
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