miércoles, 26 de marzo de 2008

El conflicto Tibetano

El Tibet ha sido un país que ha sufrido numerosas invasiones por parte de sus vecinos chinos.

Cuando las tropas chinas entraron en el Tibet, el país todavía seguía siendo un territorio alejado e inaccesible tanto para Occidente como para sus propios vecinos asiáticos. El sistema gobernante era una teocracia budista y la sociedad tibetana estaba organizada en rígidas clases sociales, con una minoría de terratenientes que ostentaban numerosos privilegios, aunque, por supuesto, este hecho no fue el detonante de la invasión.

La ocupación ha supuesto la destrucción de monasterios y la reconversión de muchos de estos templos en sedes oficiales para el Gobierno chino o en centros de negocio turísticos. El número de monjes budistas ha disminuido hasta el punto de que podrían quedar en la actualidad sólo un millar. Las denuncias sobre persecuciones, encarcelamientos y asesinatos del clero han sido reiteradas y hablan bien a las claras de cómo los ocupantes pretenden resolver uno de los «atrasos».

La prensa occidental, durante estos años de ocupación, ha venido publicando dramáticas noticias de monjas y monjes que habrían sido obligados a tener relaciones sexuales en público, el confinamiento de miles de tibetanos en campos de trabajo forzoso o cómo los locales sagrados han sido convertidos en establos o graneros, amén de la destrucción de piedras labradas con mantras (rezos) sagrados, bibliotecas que atesoraban manuscritos centenarios y la persecución de muchos eremitas que fueron insultados y ridiculizados públicamente llegándose incluso a torturar a los mismos.

El Tibet, además de tener un subsuelo muy rico en minerales, detenta una gran importancia económica y geopolítica: se calcula que un 25% de los mísiles intercontinentales de cabezas múltiples de China están desplegados en suelo tibetano. El colonialismo chino se extiende, así mismo, a la utilización del suelo tibetano, un ecosistema único en el planeta, como vertedero de material radiactivo y muchos bosques han sido talados de manera indiscriminada para la obtención de madera que nunca se queda en el país.

LA SOLUCIÓN FINAL
La forma en que los chinos están intentando determinar el futuro de este pueblo, es otro de los graves problemas —si no el principal— que gravitan sobre la sociedad tibetana. Los niños tibetanos están siendo educados férreamente bajo los principios comunistas, lejos de sus tradiciones culturales. Además, las autoridades del gigante vecino están propiciando la emigración de miles de trabajadores chinos con la garantía de que tendrán buenos empleos y salarios, así como destacadas ventajas sociales de las que, seguramente, no disfrutarían en su país natal. La inmensa mayoría de las tiendas y negocios están ya en manos de los invasores. La ciudad permanece dividida en dos comunidades, una próspera y otra pobre
 —la tibetana—. La mendicidad es otra lacra: pensemos que los ingresos mensuales medios son de unos 9 euros. A esta situación se suma la «política» de natalidad impuesta a la población tibetana, una política que ronda —según todas las noticias— el genocidio, dado que se fuerza la esterilización de muchas mujeres. Los chinos, mientras tanto, aumentan día a día su número.

EL BUDISMO



La religión ha estado siempre muy presente en la conciencia popular tibetana. Comúnmente se dice que en el Tibet se practica el Budismo Tántrico (tantra significa ‘transformación’), pero en realidad practican una de las reglas de esta religión, la Mahayana, cuyo objetivo es la liberación de todos los seres. Esta vía del budismo tiene la peculiaridad de que antes de que se produzca la liberación individual se debe adoptar el compromiso de liberar a todos los demás, por largo que sea este camino.


No es de extrañar pues que estas convicciones del pueblo tibetano choquen frontalmente con las teorías materialistas del comunismo. Las carreteras, los hospitales, la luz eléctrica, el nuevo aeropuerto de Lhasa…, no son suficientes para cambiar la mentalidad ancestral de un pueblo tan impregnado por la religión y lo grave y anacrónico es que la administración china pretende desterrar, por la fuerza, las creencias de los tibetanos. Así, son frecuentes las campañas en contra del Dalai Lama, al que se acusa de todo tipo de crímenes, con el objetivo evidente de minar la confianza del pueblo en él y, de paso, intentar desterrar la religión que representa. Las campañas internacionales en defensa de la libertad religiosa de estas gentes han resultado positivas, limitando un poco la política represiva de los ocupantes en este terreno.

LA REPRESIÓN POLÍTICA

Las detenciones y encarcelamientos por motivos políticos en el Tibet continúan. El Gobierno tibetano en el exilio denuncia torturas por parte del Ejército. China lo niega, pero tiene cerrado el país a cal y canto. La entrada de periodistas está prácticamente prohibida y los turistas sólo pueden viajar a unas zonas escogidas, bajo el control de las autoridades. China, por supuesto, nunca ha reconocido su papel de invasor del Tibet y mantiene que dicho acto fue la «liberación pacífica de una región oprimida que siempre había pertenecido a China», «liberación» que, sin embargo, no permite hablar en su propia lengua a los tibetanos: todos están obligados a hablar chino.

El Tibet, el «techo del mundo», se enfrenta a una dura situación. Ocupado por uno de los países más poderosos de la Tierra, sus tradiciones ancestrales están siendo atacadas brutalmente y sus gentes sufren la miseria, la persecución y, en muchos casos, la muerte. Es otro ejemplo más del colonialismo salvaje (¿hay, acaso, alguno que no lo sea?) que antaño destruyó numerosas sociedades en América, África y Asia.

Quizá la apertura de China al mundo, en un despertar que aterró a Napoleón y que —al parecer— hizo que pronunciara la famosa frase «Dejad que China duerma; cuando despierte, el mundo temblará» sea un hálito de esperanza para los tibetanos, pues la política de este país con el Tibet será inaceptable para la sociedad global en que ya vivimos. Pero, por supuesto, esto no deja de ser una entelequia: el futuro del pueblo tibetano depende de su propia lucha y del apoyo de todas las fuerzas sociales que luchan por hacer un mundo más justo.
Mientras llega ese momento, es seguro que los tibetanos seguirán esperando, a la sombra del Chomolungma, la montaña que nosotros llamamos Everest y que marca la frontera entre Nepal y Tibet, la liberación de todos los seres. Si algo ha enseñado la historia es que las convicciones no se cambian a base de culatazos.

En agosto de este año, los juegos olímpicos tendrán lugar en Pekín, la capital de la República Popular China... y dado que éstos fueron fundados con la creencia de que el deporte tenía el poder de beneficiar a la humanidad y alentar la paz en los pueblos, China no es de ninguna manera el Pais donde deba celebrarse un evento de esta naturaleza..
Debido a esto, hoy por hoy el Tibet es el ojo de la tormenta olímpica. En el encendido de la antorcha olímpica, uno de los reporteros sin fronteras, desplegó una banderola con el lema "boicot al pais que pisotea los derechos humanos" mientras gritaba.. "Libertad, Libertad". De alguna manera se está alertando que China es la mayor prisión del mundo.

Una ecologista Tailandesa se negó a llevar la llama, en solidaridad con la causa tibetana "Quiero enviar un mensaje claro a China de que debe revisar con urgencia su política con el Tibet" explicó la mujer presidenta de Green World Foundation.
.... y si el fuego olímpico es sagrado, los derechos humanos lo son mucho mas.
NAMASTÉ

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