lunes, 12 de noviembre de 2012

Alejandro Jodorowsky


Un lunes, hace unas semanas, Alejandro Jodorowsky decidió confesarse en frente de unos chocolates franceses: “No he sido un buen padre, he lastimado a mucha gente… Mi jaula es más grande, pero sigo dentro de ella”, dijo. Estaba en su apartamento, en el cuarto piso de un viejo edificio parisino, un búnker lleno de recuerdos, decorado con cientos de libros —la mayor parte de magia y yoga—, unas 50 fotografías y autorretratos, cuadros pintados por él, el más reciente póster de su hijo Adanowsky, otros carteles de sus películas, decenas de cartas de tarot y calendarios con su firma. Y en medio de todo eso sobresalía la foto de un Jodorowsky con el pelo negro, que en ese entonces no tenía miedo a morir.

A los 70 el miedo a la muerte es una idea. A los 81 una forma de vida. Jodorowsky teme dormir y no despertar al día siguiente; es un miedo que combate con el insomnio, con la falta de rutina, con largas charlas en la cama con su mujer. Para Jodorowsky, vivir consiste en crear constantemente, no parar un segundo. La prueba de esta filosofía de vida son los 35 libros, las nueve películas, las 16 obras de teatro y los 27 cómics que llevan su firma. Si no lo hiciera, dijo, ya estaría muerto.

“Ya no temo a nada, sólo a morirme. Llega un momento en que lo ves venir. Mi mente lo acepta, pero mi cuerpo no, quisiera vivir por lo menos 150 años”, dijo, y en seguida añadió con una sonrisa: “Si fuera por mí, me programaría para vivir 30 mil años”.

En la última mitad del siglo, Jodorowsky no ha parado de crear en medio del escándalo. Películas como El Topo o La montaña sagrada, sus obras de teatro surrealistas y performances en los que rompía un piano en medio del escenario siempre lo hicieron blanco de críticas y estupefacción. Ese Jodorowsky está en peligro de extinción, y ni siquiera la psicomagia, que creó para sanar los problemas de las personas, le puede ayudar para escapar de la edad.

“He tenido mis épocas de todo. Hice mucho daño a mis primeros hijos y después lo he ido curando. Cuando uno es joven no sabe todo esto. Lo descubre con la experiencia. Yo aprendí a existir a través del escándalo. Hice teatro de vanguardia, happenings, cine… Tantas cosas que me hicieron un personaje famosísimo. Después descubrí la psicomagia y ahora… aquí estoy… en París”.

Hace 65 años que tomó un barco para escapar de Chile, de su familia, de sus amigos y de todo lo que estaba allí. Tiró la libreta de teléfonos al mar y quemó todas sus fotografías. Empezó una nueva vida y no volvió a mirar atrás. Su misión fue demostrarle a todo el mundo que tenía un talento especial y que podía hacer estragos con él.

Aprendió a leer a los cuatro años. El único regalo que le hizo su padre, un exiliado ruso que no creía en los juguetes, fue una suscripción a una librería. Así descubrió su “talento”. Ya en plena adolescencia lo empezó a desarrollar cuando escribió su primer poema frente a una máquina de escribir. Aquel lunes de mi visita a su casa lo recordaba claramente y aseguró que ese genio seguía encerrado en el cuerpo del hombre canoso de 81 años, que la mayor parte del tiempo miraba hacia el techo o hacia el suelo.

“El talento lo tienes o no lo tienes. Si lo tienes estás creando todo el tiempo y si no, entonces te fuerzas y sólo logras la autodestrucción, por eso hay tanto destroyer en el arte. No me tocó autodestruirme porque no paro de crear, así que debo de tener talento”, dijo.

En el cuarto piso de la Avenue Daumesnil se esconde un psicomago, que hasta hace un par de años se consideraba a sí mismo el único psicomago del mundo, además de cineasta, escritor, poeta, místico, dibujante, actor, mimo y filósofo. Y en ese mismo amplio sitio, cuyo ascensor no funciona y es normal quedarse parado entre dos pisos, se concentra un mundo alrededor de él. Jodorowsky vive en una ciudad populosa. Está acechado por seguidores y vive acompañado de su pareja; pero no deja de sentirse solo.

“Todo el tiempo he vivido solo. Me ha costado mucho. Siempre que he hecho una actividad artística he estado 30 años de avance. Me han dicho escandaloso, charlatán. Soy como un radiador lleno de cicatrices. Si triunfé en la vida es porque aprendí a fracasar, aunque esté solo”, dijo en aquel sitio, en el que apenas hay espacio para una guapa mujer de 42 años, perdidamente enamorada de él, y Kazán, el último de sus gatos.

Kazán es su verdadero compañero. El único que le sobrevive después de que murieron Noé, Moishe, Pollux y Mirra. Cuando el gato que concibió a Kazán murió, Jodorowsky no sintió absolutamente nada. Sólo indiferencia. En cambio, a la muerte de Mao, su primer gato con el que vivió a lo largo de dos décadas, lloró como un niño. Mientras contaba esta anécdota Kazán lo miró con sus grandes ojos grises como si supiera lo que quería decir. Se conocen a fondo. Ni siquiera sus tres mujeres o sus cuatros hijos llegaron a tener el mismo grado de intimidad que ha tenido con sus gatos.

Jodorowsky es un hombre con un talento singular, único, que sólo quiere ayudar. Un artista, cuya furia creativa nació de una neurosis. Un místico que trabajó para desarrollar su intuición. Así se presenta a sí mismo.

Mientras algunos lo consideran un estafador, un falso iluminado que no es ni siquiera un intelectual, otros lo idolatran, viajan para que les lea el tarot y quieren seguir sus enseñanzas. La verdad sobre Jodorowsky pende de una balanza. ¿Mago o charlatán?

El tarot no puede precisarlo. El psicomago no se atreve a leerse las cartas a sí mismo. “Me miento constantemente. Me tiro el tarot hasta que diga lo que quiero que diga. Lo conozco tanto que creo que se equivoca. Es lo más difícil. He tratado de encontrarme a mí mismo en las cartas, pero me pierdo todavía. Sólo a veces lo logro”, dijo mientras barajaba su tarot, el de Marsella, por el que tuvo que viajar por todo el mundo para encontrarlo y ahora otros viajan para verlo hacer uso de él.

Jodorowsky pasa sus días en París entretenido con el proyecto de una película, “Caín y Abel, los hijos del Topo”, un nuevo libro “Psicogenealogía” y decenas de actividades como exposiciones de dibujos, realización de cómics e incluso el montaje de un ballet junto con la bailarina Carolyn Carlson. Pero no falta todos los miércoles a su cita con el tarot en un café debajo de su casa. Allí lee las cartas a todo aquel que necesite su ayuda. El artista trabaja, el místico ayuda y el hombre teme.

Sentado en aquel café, Jodorowsky le pide a Sonia Aguirre, una persona que lo consulta, que escoja tres cartas y haga una pregunta. La sesión no dura más de ocho minutos. Jodorowsky apenas la voltea a ver.

Sonia Aguirre creció dominada por la figura de su madre. Una mujer dura, que le llamaba las 24 horas del día y que no dejaba de tomar decisiones por ella. A sus 40 años era sumamente infeliz y no podía vivir más así. Los cuatro años de psicoanálisis, cambiarse de ciudad e ir a mil tipos de terapias no le sirvieron más que para descubrir que su madre era el problema, pero seguía sin liberarse. Viajó desde Bogotá a París sólo con la intención de encontrar a Alejandro Jodorowsky en el café Téméraire, justo debajo de su casa cerca de la Gare de Lyon parisina.

Todos los miércoles Jodorowsky lee las cartas allí de manera gratuita. En tres horas recibió a unas 25 personas. Los clientes del café son sólo seguidores suyos y muchos de ellos han hecho citas meses antes con tal de que les haga una lectura de ocho minutos.

“Me costó dos euros [un té] saber que podía cambiar mi vida”, dijo Sonia, que en su factura no incluyó el viaje de 8 618 kilómetros y las tres semanas en París, en espera de que Jodorowsky pudiera recibirla.

Ella le dijo su problema. Él “vio” en las cartas a la madre y a Sonia atrapada por ella. La solución fue un método poco práctico. Comprar un pájaro y encerrarlo en una jaula. Darle de comer alpiste y cuidarlo durante meses. Después un día, cuando lo sintiera en el fondo de su corazón, liberarlo. Ella siguió las instrucciones al pie de la letra. Desde entonces, dijo, todo cambió. El pájaro era ella y ella era su madre manteniéndola y encerrándola.

La psicomagia es un método no científico basado en el chamanismo, el psicoanálisis y el efecto patético del teatro. Como bien ha explicado su creador en su libro Psicomagia, su técnica se basa en la premisa de que el inconsciente toma los actos simbólicos como si fuesen hechos reales. “Un acto mágico-simbólico-sagrado podría modificar el comportamiento del inconsciente y curar ciertos traumas psicológicos”, subraya en el libro.

Así es como cientos de admiradores lo consultan a diario por internet, donde un Jodorowsky con mucho tiempo libre se dedica a dar consejos de psicomagia. Ha tardado casi 60 años en perfeccionar esa técnica, que no tiene validez científica, pero sí miles y miles de seguidores.

Fue en aquel entonces que Alejandro Jodorowsky viajaba por el mundo con la compañía de Marcel Marceau. Después de ensayos de más de 12 horas diarias, el aprendiz de mimo aprovechaba su poco tiempo libre para pasearse entres las librerías esotéricas de cada ciudad en busca de diversos tipos de tarot. Llegó a coleccionar más de cinco mil paquetes distintos. Sólo estudiaba el tarot, nunca lo echaba. Hasta que un día encontró el tarot de Marsella. Memorizó 78 cartas a lo largo de 10 años y se dedicó a su estudio e interpretación. Se negaba a echarlo. Sólo quería comprenderlo.

“Me llama la atención lo que no comprendo. Todos los esotéricos hablaban de que el tarot era la maravilla central de la magia, y eso despertó mi interés. Cuando encontré el tarot de Marsella, me di cuenta de que era para mí y entendí que se trataba de una forma de comunicarse con nosotros y para ayudar”, dijo Jodorowsky.

Un médico fitoterapeuta que conoció en aquella época le explicó que todas las enfermedades tienen una base psicológica. Él ya había estudiado psicoanálisis con el prestigioso Erich Fromm, así que decidió experimentar. Tuvo dos pacientes durante dos años a los que les leía las cartas cuatro veces por semana.

“El tarot es un combate. Yo estudié karate-do muchos años, un arte que trata de cómo matar a otro. El tarot es lo contrario, se trata de dar vida al otro. La gente quiere acabar con el sufrimiento, con los síntomas, pero no quieren saber qué es lo que le produce los síntomas, sólo desean calmar el dolor, así que luchan contra ello”.

Las cartas le enseñan el camino, pero él ofrece la solución. El siguiente paso es hacer un árbol genealógico. De allí la “psicogenealogía”, otro término inventado por él y un libro que estará a la venta en noviembre. No existen soluciones generales. Cada uno necesita una cura diferente.

Así hay decenas de métodos. “No puedo despertarme temprano. ¿Qué debo hacer?”, le preguntan en el blog. “Toma mucha agua por las noches y hazte pipí en la cama, así relacionarás todos los días que debes despertarte”, aconsejó el mago.

Antes Jodorowsky creía que sólo él, su hijo Cristóbal y su ex mujer Marianne Costa, eran los únicos que podían ejercer la psicomagia, los demás eran charlatanes. Ahora ha cambiado de opinión e incluso ha publicado un manual para aquellos que quieran hacerse psicomagos.

“Con el manual y con el libro de psicogenealogía ya tendrán la base completa. Al comienzo no quería porque eran sólo imitadores, que no sabían que hay debajo, pero la gente que se interesa tiene talento. Entonces es cuestión de empezar a leer, estudiar y experimentar para seguir ese camino”, dijo.

Alí del Cid quiere ser psicomago. Es tarotista en Cuernavaca y Tepoztlán y desde hace más de cuatro años que busca a Jodorowsky para estudiar con él. “Dejaría todo. Mi casa, mi trabajo, sólo para seguir sus pasos”, me dijo uno de los tantos que le han pedido que los instruya. Jodorowsky no accede.

“Me piden que haga una escuela, pero tendrían que pagarme porque viviría de eso. Empezaría a cobrar y perdería su esencia. La psicomagia es una reacción contra el psicoanálisis. Yo no quiero un rebaño de 10 personas al mes. No quiero clientes ni una relación de dependencia”. Para seguirlo, sólo puedes leer sus libros. Pocos pueden estar cerca.

Sólo Coralie Trinh Thi lo logró. Ella protagonizó 37 películas porno y dirigió una hace 10 años. Conoció a Jodorowsky hace siete. Estaba a punto de suicidarse. Vivía deprimida. No encontraba su camino hasta que el psicomago le enseñó el tarot. “Empecé a estudiar con él y mi vida se transformó. Dejé atrás todos mis fantasmas. Fue como un ángel que llegó a mi vida”, dijo la actriz, que por casualidad fue aceptada como discípula.

El psicomago dijo que está obligado a leer de manera gratuita. Sólo así se ha liberado poco a poco de un padre que lo consideraba homosexual, de una madre dura que nunca le dio un abrazo, de unos hermanos que lo odian, de al menos cuatro tórridas historias de amor que terminaron más o menos en tragedia y de la pérdida de uno de sus hijos en un accidente.

“Cuando estás en la jaula sólo te ves a ti mismo y tus problemas. Yo empecé en una jaula chiquita y ahora es más grande gracias a que empecé a sanar”, dijo. Escribió esto en La danza de la realidad, un libro donde contó su traumático pasado y cómo personas como doña Magdalena, Leonora Carrington y Erich Fromm le ayudaron a salir de la amargura que lo acompañó hasta los 40 años.

El psicomago no cree en el psicoanálisis. “Estuve un año en terapia, me reí mucho y hablamos mucho de la Biblia, pero terminé de profesor de expresión corporal del grupo de Fromm”. Dijo que sólo él se ha podido curar. Sin consejos psicomágicos, ni terapias alternativas. Sólo él tiene la cura en sus manos.

“No es vanidad. No me siento superior a otro. Estoy hablando con autenticidad. Me siento con talento y me dedico a lo que yo sirvo”.

Jodorowsky recurre a enseñanzas de Buda o de George Gurdjeff, un místico armenio, para justificarse. Ninguna de las personas que ha atendido se han quejado de que falle. Si lo llamas estafador, inmediatamente cambia su gesto. El psicomago sólo ayuda. Nunca se equivoca.

“A mí nunca me han dicho que mis consejos no funcionen. Si eso pasara tendrían que intentar de nuevo o buscar otro curandero. Una vez a Buda lo llamaron para mejorar el carácter de una empleada, pero él les dice que no puede hacerlo y manda a su hijo. Todos los enfermos no son para ti. Una cosa es dar, otra es obligar a recibir”.

Y agregó: “Hay un místico que se llama Gurdjeff, quien decía que hay que perseguir una sola liebre a la vez. Y yo dije: eso se lo dijo a una persona con poca capacidad, pero a alguien que tiene mucha imaginación y talento como yo, le diría: persigue muchas libres”.

”Yo lo hago porque puedo. Admiro a artistas polivalentes como Da Vinci o Palessi. Acabo de terminar una exposición de dibujo en París, publiqué mi poesía completa, estoy ayudando a la gente. Todo lo que hago es arte”. Lo único que no puede comprender actualmente es el último capítulo de los Yoga Sutra de Patanjali. “Estoy en ello”.

Son las palabras de un hombre solo, con miedo a la muerte, acosado por los fantasmas del pasado y con un ego que asegura que es talento.

EL ARTISTA Y SUS DEMONIOS
Hasta los 13 años, Jodorowsky pesó 110 kilos. No tenía amigos. Se dedicaba a pelearse en un barrio obrero de Tocopilla, Chile, y a ignorar a sus padres. De aquella época no recuerda más que dolor. Su padre lo había “programado a ser homosexual y no tener hijos”. Su madre era la esclava de su padre. “Vivió como si no tuviera cerebro”. Él pensaba y ella repetía.

“Mi padre se batía con los ladrones a puñetazos. Tenía una tienda en un barrio obrero. Yo cuando llegaba a mi casa en la noche andaba con un revólver en la mano. Salía la gente con cuchillos y en medio de la calle había charcos de sangre. Mi destino era el de un asesino”.

Su adolescencia estuvo llena de angustia. Hasta que entró a un grupo artístico que lo animó y empezó a separarse de su familia. “Mi padre me crió diciendo que yo era el último Jodorowsky, en mí veía a su hermano homosexual y creía que yo sería como él”.

La teoría jodorowskiana del origen del dolor y la angustia se basa en el pasado. La familia es la base (como en el psicoanálisis) y le siguen la cultura y la sociedad.

“Yo caí en gracia. Quería a toda costa liberarme. Agradezco haber vivido en esa familia monstruosa. Era tal el dolor que o me suicidaba o vivía. Yo preferí vivir”.

Sus padres se separaron. Desde los 23 años no los volvió a ver. Tampoco a sus hermanos. Hace unos meses su hermana Raquel Jodorowsky publicó un libro de poesía, casi al mismo tiempo que él. Se alegró de que estuviera bien, pero no quiere volver a verla.

Jodorowsky volvió a Chile 40 años después. Se fue antes de Salvador Allende y regresó después de Augusto Pinochet.

“Respeto a Chile por mi infancia y mi adolescencia. Respeto el vientre de mi madre aunque haya sido un monstruo, pero no tengo nacionalidad interna. Soy terráqueo y me parece limitado”.

Escapar del país andino fue la mejor decisión. Primero la poesía y luego su amor por las marionetas sacaron a flote su “furia creativa” que lo llevó a ser uno de los que incursionaron en el happening. Jodorowsky siempre se consideró a sí mismo un surrealista, fiel admirador de André Breton, de quien se hizo amigo en 1962. En aquella década estaba rodeado de la élite intelectual: Fernando Arrabal, Nicanor Parra, Jean Giraud, todos maestros y amigos. Hasta que decidió involucrarse en la meditación zen con Ejo Takata, otro de sus “sanadores”.

Y mientras todo esto ocurría y el chileno viajaba por el mundo, dejando una mujer en cada puerto y acumulando penas, sus padres seguían presentes, a kilómetros de distancia. No podía tener una relación seria, a pesar de que se casó con Valeria, la madre de sus hijos, que le ayudó incluso a llevar a la pantalla su primer largometraje en cine, Fando y Lis, su peor fracaso y por el que casi fue linchado en el festival de Acapulco en 1968.

Fue un fracaso mundial. Cualquier otro se habría desmoronado. Pero él no lo hizo. En cambio decidió hacer una película de cowboys que le dio el reconocimiento mundial que tanto buscaba, El Topo.

“Ahora digo que no existen los fracasos, que es sólo cambiar de camino, pero en ese entonces fue un mazazo en la cabeza… No sabes cómo se siente andando en la calle con 100 kilos arriba de la espalda… Tuve muchos así”.

Pero si de algo se arrepiente, es de su trato con Cristóbal, Adán, Brontis y Teo, quien murió en un accidente automovilístico cuando tenía 24 años. Nunca estuvo cerca de ellos. Fue un padre ausente.

“Mis deudas son mis hijos. Los tenía por aquí y por allá… Hasta que pude tenerlos conmigo. Fueron los días más felices de mi vida cuando Valeria me dejó. Me convertí en madre y padre, y tuve a mi clan. Cuando Teo murió, todo cambió de golpe y no quise perderlos más”.

La relación no es cercana. Padre e hijos se ven una vez al año, excepto por Cristóbal que trabaja con él. Es también un psicomago y lo suple en el café Téméraire cuando él no puede acudir.

El gen Jodorowsky es fuerte. Adán tiene los mismos ojos. Cristóbal sigue su lado esotérico y Brontis es director de cine, aunque sin éxito. De Teo no se sabe nada. Es un tema tabú, del cual su padre no quiere hablar.

Adanowsky, el músico, estrella de rock, representa lo que Alejandro Jodorowsky nunca ha hecho. Su sueño frustrado: la música. A los ocho años se fue a vivir con él y a los 10 ya era estrella de cine y había visitado la casa de George Harrison. No vivió un ambiente normal. Su padre cambiaba de parecer cada semana y era difícil convivir con él. Sin embargo, se siente feliz y orgulloso de su padre, del que heredó su amor por las mujeres. “Soy una prolongación de él, soy su hígado. Decidí no luchar contra ello. Ni quiero ni puedo evitarlo”, dijo hace unas semanas el rockero.

Pero ni siquiera la compañía de sus hijos, tratar de justificar su ausencia e impulsarlos en sus proyectos personales hizo que Jodorowsky dejara de sentirse solo. “Aunque estaba con los niños, seguía solo. Nunca he dejado de estarlo. La soledad se pierde, pero la soledad de la familia es otra. Sigue siendo una soledad absoluta”.

Sus mujeres tampoco le ayudaron. Con Marianne Costa, la otra psicomaga, compartió una gran comunicación intelectual. Ella era el cerebro. Jodorowsky la pasión. Duró 10 años y todavía trabajan juntos, pero como pareja no pudieron ir más allá.

El 22 de marzo, Jodorowsky estaba frente al altar por cuarta vez en su vida. Un altar simbólico, sin testigos, en el que sólo estaba Pascale y una especie de ministro (ateo) que citaba sus palabras. No estaban sus hijos. Tampoco sus amigos. Era una ceremonia privada. Sólo para dos. Él y Pascale, una artista franco-vietnamita 40 años menor que él.

Se conocieron en el café Téméraire. Ella quería que le hicieran una lectura. No tenía cita. Había otras 15 personas esperando. Jodorowsky hizo lo que nunca. La invitó a su casa a una lectura privada. “De repente la vi y todo fue instantáneo. Ya no pude leer más porque en cuanto entró, yo no podía mirar a nadie más que a ella. Estuvimos cuatro años saliendo y nos casamos al fin este año”. Pascale, que nunca quiere hablar en español, coincidió con él. Lo quiere a pesar de la edad. Está consciente de que él puede morir, de que ella puede enamorarse de otro, de que no están en la misma época, pero su amor por él traspasa fronteras. “Mientras yo pueda estar con Alejandro, lo estaré”, dijo sonriente, con prisas, mientras se preparaba para salir a una exposición. “La experiencia es lo único que nos separa. Son 40 años y no podremos estar al mismo nivel nunca”, dijo Jodorowsky.

En algún momento, sabe que Pascale será su enfermera. El padre de Jodorowsky murió a los 100 años. Su abuela a los 86. Él lo presiente, pero no lo quiere admitir. “La vida larga es un don”, pronunció. Quiere terminar sus proyectos. Realizarse. Escapar de la jaula antes de que sea tarde.

UN ARTÍCULO DE ALEJANDRA S. INZUNZA 

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