domingo, 6 de abril de 2008

Jodorowsky



La persona que no controla su territorio no controla su existencia. Si uno no es consciente se deja llevar, no sólo exteriormente sino también con los pensamientos que le asaltan. Es muy vulnerable a deseos y sentimientos. Por ejemplo, vives tranquilo con tu mujer y, ¡catástrofe!, de repente pierdes el control porque te has enamorado de otra. No hay que sufrir la realidad, hay que navegar sobre ella, superar vientos y tempestades. En medio de los golpes del mar y los signos, hay que avanzar tranquilamente y mirar hacia el puerto donde vas.

Una vez tuve un problema grave y empapaba con mi sudor seis o siete camisetas cada noche. Fuí a ver a un sabio chino que me habían recomendado. Era poeta, gran maestro de tai-chi y médico. Nada más verme me dijo: ¿cuál es su finalidad en la vida?. Yo me quedé sin respuesta. Él prosiguió: -si usted no me cuenta cual es su finalidad en la vida, yo no lo puedo ayudar-. Entonces entendí que si un barco atraviesa el océano sin finalidad no llega a ningún puerto. Lo que permite que la vida no nos devore es tener una finalidad. Cuanto más alta sea, más lejos nos llevará.

Cómo místico no tengo más que una finalidad: conocer a Dios. No el Dios del que se habla por todas partes, sino de esa cosa increíble que mueve el universo. Más allá todavía: disolverme tranquilamente en él. Ésa es mi finalidad y, para ello, no hace falta ser un gurú, ni un iluminado, ni otro monigote por el estilo.
A. Jodorowsky

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