Yo soy el armazón de tu cuna, la tabla de tu mesa, la puerta de tu casa, la viga que sostiene tu techo, la cama en que descansas.
Yo soy el mango de tu herramienta, el bastón de tu vejez, el mástil de tus ilusiones y esperanzas.
Yo soy el fruto que te nutre y calma tu sed, la sombra bienhechora que te cobija contra los ardores del sol, el refugio bondadoso de los pájaros, que alegran con su canto tus horas y que limpia tus campos de insectos.
Yo soy la hermosura del paisaje, el encanto de tu huerta, la señal de la montaña, el lindero del camino.
Yo soy el calor de tu hogar en las noches largas y frías del invierno, el perfume que embalsama a todas horas el aire que respiras, el oxígeno que vivifica tu sangre, la salud de tu cuerpo y la alegría de tu alma, y hasta el fin, yo soy el ataúd que te acompaña al seno de la tierra.
Por todo eso, tú que me miras, tú que me plantaste, tú que me diste el ser y, puedes llamarme hijo... óyeme bien, mírame bien... ¡y no me hagas daño!
Anónimo
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