Los niños y niñas de hoy pasan la mayor parte de su tiempo en espacios cerrados, sentados, mirando una pantalla y, prácticamente, ya no disfrutan de momentos de juego autónomo al aire libre.
Su creciente aislamiento del mundo natural se intenta compensar con un exceso de productos y tecnología que suplantan a los seres de la naturaleza. Los niños necesitan la naturaleza.
Se sienten espontáneamente atraídos por ella y, en su contacto, se desarrollan de forma más saludable a todos los niveles: físico, emocional, mental, social y espiritual.
Estar al aire libre, en interacción directa con la vida, debería ser reconocido (y ejercido) como un derecho fundamental de la infancia, en nuestras sociedades.
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